Unidad parlamentaria

MULTILUGAR

México ese lugar en el que todos habitamos. Sitio de contrastes. Encuentro de culturas y tradiciones que, en ocasiones, se pierden en los anales del tiempo. Llevamos en nuestro diario vivir el sentir de esta nación. Despertamos, caminamos por sus calles, pasamos la jornada laboral… terminamos, seguimos al hogar o a ver a algún conocido y finalmente llegamos a cenar y a prepararnos para el día siguiente. Pero nos hemos preguntado, ¿qué es México? ¿Desde cuándo está aquí? ¿Es realmente desde hace doscientos ocho años y ocho meses…? Seguramente si le pregunto a uno de mis compañeros de vivienda me contestarán “pues dónde crees que estás, ¿en medio del Océano Índico?”, pero si le pregunto a alguien que hubiera vivido mi realidad desde hace cuatro meses, quizás esa persona hoy no la encontraría para cuestionarle este asunto y, si estuviera, qué haría si me dijera “…No compañero, eso fue hace más de doscientos años, el planeta realmente se partió en pedazos”.

El sudor me cubre todo el cuerpo, lo sueño con los insectos que me pican e imagino que a mis compañeros de cuarto no les pican como yo, pero sé que eso no es cierto, los mosquitos no atacan selectivamente, suelen picotear a todos relativamente igual dentro de una misma habitación en la que están. Semidespierto entreabro los ojos y me doy la vuelta debajo de la colcha de la cama y empiezo a soñar con que voy por el espacio volando. No comprendo como eso es posible, no se puede respirar afuera de la atmósfera de la Tierra, y voy como el Buzz Lightyear de Toy Story pasando por varios sistemas solares después un maremoto de eventos y “ZZZZzzzzzZZZZzzzZZZZZZzzzzzzZ”, un descarado mosquito sobre mi oído, da vueltas sobre de él, como desesperado por sacarme de quicio y entre la incredulidad y la vuelta a la realidad abro los ojos, mientras a la par me doy un golpe sobre la oreja intentando silenciar el descarado sonsonete “!!!PoouuCK!!!”… ‘Diantres cómo duele eso’. Me tiendo mientras despierto por el estruendo provocado por el choque de mi mano. Me quedo boca arriba, viendo el techo, sudo y siento entre escozor y cosquillas terribles en mis brazos y rostro ¿Qué estoy haciendo? ‘Entonces sí me picaron los moscos, no soñaba’ volteo a mi lado izquierdo y el compañero de al lado duerme sin nada que lo cubra, giro hacia el otro lado y observo a la otra persona en el cuarto, un gigantón de unos ciento y tantos kilos dormir como piedra. “¡Nada! Nadie siente los moscos mas que yo”. Sin embargo, sé que existo. ‘Entonces, estoy aquí, sí aquí’.

Todavía es de noche, me levanto, son alrededor de las cuatro de la mañana. Me siento en el sillón del cuarto de la sala y unos segundos después los veo. Sí, ahí están, los moscos. Pues sí hay, es lógico… lógico. Me siento y mis ojos se apesadumbran, me relajo, cabeceo y apoyo la cabeza sobre la mano del brazo que está sobre el descanso del sillón. El sueño avanza mi brazo cae y me pierdo otra vez. Ahora no sé, estoy como en un juego multinivel, pero no es de ventas, hay país arriba y abajo, pero más arriba, lo veo por todos lados, pero no se cuantas veces, con uno, con otro, después lo veo como en la antigüedad, no como parte de la superficie de una esfera, sino como una superficie plana. Y veo fragmentos, uno por aquí, uno por allá, uno más grande que el otro, otro más pequeño, todos demandando el derecho de autor. Pero no, yo sólo sé que se ha fragmentado… Después nublado… abro los ojos lentamente.

Estoy más picoteado que antes. No sé cuáles fueron más abundantes, si los moscos del cuarto o los de la sala. Me imagino una amalgama de plastas de líquido viscoso sobre de mí. Está amaneciendo. Me dirijo de nuevo al cuarto y caigo en la cama abatido. Desconozco si por lo mal dormido, la picazón o por esos sueños que no me dejan en paz. Me quedo ahí. Despierto. Las cortinas están corridas. Percibo la alegre atmósfera de la mañana y escucho un “Muuuuuuuu”. A los lados no hay nadie. Todos han partido. Estoy solo. Me paro. Hoy no trabajo o… al menos… eso creo… o… ¿trabajo en absoluto?

Estoy frente a la ventana, con la pijama puesta. Veo las vacas pastar y pienso: ‘compostura Armando, por favor’. Voy al baño, me lavo la cara, vuelvo a la vida –y sin un platillo de frutos del mar en salsa cátsup-. Escucho el golpe de algo en la puerta… tomo el periódico, me preparo el café de la mañana y una quesadilla, y me siento a leer las nuevas del día. Todo en orden. La vida sigue: el aeropuerto de 80 hectáreas cuando me pareció que hace no más de cuatro días había leído que era de 40, que el presidente ha logrado el 75% de los objetivos en menos de los primeros 100 días de su gobierno. ‘Es bueno, parece un buen hombre fiel a la raza, igual y nos sienta bien, aunque  ¿voté por él? En fin. Acabo la quesadilla, le doy el último trago al café y veo el frasco de este ‘dice que es de olla’, pero preferiría encontrar un molino para el café de grano que compré y no logro consumir todavía. Bueno de seguro estará por ahí un rato este último, y ver sino se lo comieron los ratones ‘¡Ja! Mal chiste. Y si me doy una vuelta a Tzin Tzun Tzun, ese pueblo perdido en la sierra. Dicen que ahí venden un gran café  y te lo muelen a tu gusto. Mmmmm. ¡Voy!

Voy por la carretera rumbo al mencionado pueblo. Voy en mi automóvil de los ochenta. Voy por la carretera curvilínea que va por los cerros rasos de abajo con algunos árboles en su cima. Pasa el rato. Una, dos horas… tras seis horas de viaje llego al destino. Para entonces los cerros están llenos de vegetación hasta la parte de abajo. ‘El pueblo del café’ me digo para mis adentros. Ya es de tarde, me estaciono a un lado del camino principal del pueblo, el viento sopla y veo el movimiento agitado de los árboles y las hojas con el viento. Cesa el ruidero del aire. Hay varios locales abiertos a ambos lados del paso automovilístico. A mi izquierda entro al primer comercio. En el letrero de la entrada dice. ‘El Cafecito, la mejor bebida de la comarca’. El hedor de café recién molido se percibe al avanzar hacia el interior. Un señor de cabello ligeramente ondulado, de piel clara y un lunar en el cachete izquierdo, a la par que sostiene una bolsa de plástico con café entero y la deposita sobre el mostrador me dice. “¿En qué le puedo atender señor?”

–Vengo por un poco de café, el café de la región tiene fama y quisiera adquirir algo de él. Con mucho gusto señor pero ya estamos cerrando. Ésta bolsa contiene el último café que me queda y ya no da tiempo de ir al almacén por más.

–¿Sabe dónde más puedo adquirir café en grano y que me lo muelan a mi gusto?

–Hay otro local en donde venden buen café y se encuentra al otro lado de la calle como a dos cuadras.

–Muchas gracias.

Salgo, camino al local mencionado. El viento, la tarde y la soledad del lugar asemejan a un pueblo del viejo oeste con bolas de pasto deslizándose por la superficie terrosa de las calles. ‘El Porvenir, Gran café para un gran conocedor’, dice el letrero del local al verlo de frente. El olor del café se siente desde metros antes de entrar al lugar. Me adentro en él con paso firme. El mostrador está vacío. “¡Holaaa!”, “¡Hay alguien!”.

Escucho el eco de pasos que se acercan y una silueta toma forma pareciera que surge de la oscuridad de la parte de atrás y tomará forma con la claridad de donde me encuentro esperando. ¿Hola señor? ¿Diga usted?

–Quería café de grano orgánico, de grano tipo colombiano, de tostado ligero y fresco para llevar.

–¿Cuántos kilos desea?

–Unos tres kilos.

–¿Molido grande, medio o fino?

–Fino.

–Muy bien mi amigo, aquí tiene el grano recién cortado. Pero me temo que no se lo puedo moler. Si gusta todavía alcanza al señor con la moledora manual quien está a la salida del pueblo, del otro lado, ahí por donde está el barranco.

–Qué amable me dirigiré para allá.

Anochece, busco el camino al otro lado del pueblo. Como de un cuento de misterio y suspenso encuentro a un señor sentado un banco junto a un gran molino, sentado a la orilla del barranco.

–Quibuo ¿Qué hay?

–¡Qué tal señor! Buenas tardes. ¿Me podría moler estos kilos de café?

–Sí, cómo no. Siéntese por favor.

Le pasé las bolsas con el café al señor.

–Y, ¿cómo ha estado señor? ¿Cómo le ha ido este día?

–Bien… bueno, realmente… estoy un tanto aturdido. –El hombre de edad se levantó de su asiento para depositar el café en la parte superior de la moledora…

–¿Y eso por qué?

–Realmente tengo una inquietud… no sé si podría preguntarle al respecto.

-Bueno, yo sólo soy un anciano, que vive de moler el café que me traen. Pero dígame.

–¿Usted sabe cuantos méxicos hay?

–Usted se levanta todos los días, ¿verdad?

–Pues… sí.

–Se levanta, se baña, hace su desayuno y se va a trabajar, supongo.

–Sí –dije mientras un mosco se arremolinaba enfrente de mi rostro y comenzaba a escuchar su zumbido.

–Bueno, pues ese lugar donde está es México. Y el señor se me quedó mirando muy serio.

–Sí, entiendo.

–¡No! ¡Ahora no! –El señor hizo un movimiento con uno de sus brazos como para alejar algo. –Mire, usted como yo tenemos una mejor idea de cómo están las cosas. Pero hay algo definitivo. Todo es relativo. Hay muchos mexicos, sí. Usted está en uno de ellos, sí, es lo más lógico. ¿Yo? Pues también. ¿Por qué hay tantos? Vaya usted a saber.

Lo escuchaba con atención mientras trataba de no desesperarme por el mosco que insistía en robar mi atención. –Sí, sí, lo escucho.

–¿Qué le digo señor? Los tiempos de antes eran mejores. Ahora con esta plaga que muchísimos nos tenemos que quitar meneando el brazo, para qué le digo, todo es posible. Mire que yo ya estoy viejo y ni yo sé cuantos hay.

–Sí, pues sí. –Ya para entonces el señor iba terminando de moler el segundo kilo de granos de café.

–Lo que si le puedo decir es que no hay mal que dure 100 años, ni cuerpo que lo aguante. Viva, ¿en qué México? ¡Qué más da!

–Me da coraje señor, creo que a algunos de ellos les ha ido de la fregada.

–No sé. Sin duda usted debe saber más que yo de ello… Pero dígame qué más da si está arriba o abajo. El caso es que no pudo ni respirar para hacer algo al respecto.

–Sí, es cierto  –Y con un movimiento rápido maté el mosquito.

–Olvídese de eso. Desgraciadamente al pobre México le irá como sus habitantes quieran, ni se preocupe de ello. Ya no es asunto suyo. Si desapareció el México original, pues ya qué.

En mi cuerpo sentí un temblor y, de pronto, mi rostro se puso triste –Sí… Ahora me pone intranquilo que no haya ni estrellas.

–Sí a mí también. Mire un Dios bueno es alguien que quiere el puesto. Si hay o hubo uno, pues ya la vida nos dirá –El señor acabó de moler los tres kilos de café y me los dio… Dioses van y vienen señor, pero vida sólo hay una. Buenas tardes, que disfrute su café –Y cómo hacen muchos de quienes están aquí, el señor desapareció, supongo, hasta que llegara otro cliente.

EL POLÍTICO

Hombre con chispa e interés por generar su propio camino para el beneficio de los demás o el suyo propio. Cuando este hombre es perseverante y con intenciones buenas suele llevar lejos a las instituciones o el país que dirige. En los casos contrarios, a veces el resultado no es el esperado por la mayoría de quienes confiaron en él. Un político con principios apoya la democracia verdadera; uno que no, la puede llegar a utilizar como catapulta para hacerse del poder y mantenerse en él a toda costa. Muchas veces ocurre esto por el esfuerzo realizado para llegar a la cima y, con tal de estar ahí, la persona llega a recurrir a cualquier medio. Para mantenerse ahí inclusive puede solicitar el apoyo de organismos internacionales expertos en fomentar el resquebrajamiento de los principios institucionales de dicha nación, fomentar su ignorancia y su quiebra, en un “complot”. Algunos podrían afirmar que esta maquinación es de escala mundial o, al menos, para los ilusos que se han involucrado en ella y llegan a pensar tienen todas las canicas en la mano.

LA DE LOS PANTALONES

La de los Pantalones: Decidida como pocas, lleva pistolas a los lados; pero cuando estas le faltan con sus puños lo puede todo. Es de poca paciencia y se arroja contra quienes la desafían contra viento y marea. Consigue todo lo que desea sin importar el precio; aunque este pueda ser su propia salud. No se mide y cuando tiene arranques, muchas veces no aprecia las consecuencias. El país desea paz pero en ocasiones pareciera que ella sólo desea más turbulencia. Inspiradora de corridos y de historias sin igual, quiso ser escritora; pero no más: no se le da. No es Elena de Troya pues las multitudes no van a ella para liberarla. Aunque con sus malos humores ocasiona hasta temblores. No es rápida como la luz pero igual casi como una bala sí. Mong no la puede parar; ojalá Fash sí. El comensal la ve pasar juntito a su mesa, ella siente su mirada y voltea a verlo a punto de hacer sentir su disgusto. El hombre moreno simplemente la ve e inclina su mirada al suelo, queriendo soltar una lágrima.